En casa de Amparo Llanos, más allá de Dover: el templo de libros desde donde traduce a Jane Austen.
La vida de Amparo parece avanzar empujada por su cabezonería: “Escribí a Renacimiento y les dije: ‘¿No vais a hacer nada por el aniversario de Jane?’. Christina [la editora] me preguntó qué era lo que menos se había publicado y le dije que las cartas. E incautamente pensé que yo podría traducirlas”. No es la primera vez que empieza algo que no sabe hacer y acaba aprendiendo sobre la marcha. “Me pasaba con la música. Mientras estábamos componiendo mi hermana Cristina y yo el Devil came to me, decía: ‘Quiero hacer este riff y quiero tocarlo bien’. Me ha pasado lo mismo con esta traducción. Disfruté muchísimo el proceso, pero a la vez sudé tinta china”. Escribió y reescribió cada misiva, sobre todo las primeras, intentando ajustarse a lo que Austen podría haber querido decir. “En las cartas hay unos momentos divertidísimos, pero tan mordaces que pueden resultar hasta malévolos. Creo que ella aceptaba totalmente su manera de vivir, estaba orgullosa de pertenecer a esa clase social, pero también tenía un punto de rebeldía cuando lanzaba esos dardazos y se reía de cosas que, en su mundo y para ella, eran muy sagradas”.